La mayoría pensaría que esto no es cierto, pero realmente así lo es, y aquí te explicare el porque oler una manzana o plátano te ayuda a adelgazar.....
Exponernos al aroma de ciertos alimentos “engaña” a nuestro organismo, como si estuviéramos efectivamente comiendo. Según un estudio de Smell & Taste Treatment and Research Foundation de la ciudad de Chicago, que analizó los hábitos alimenticios de 3 mil voluntarios, aquellos que solían oler sus alimentos con frecuencia padecieron menos hambre durante el día y fueron más propensos a bajar de peso, con la pérdida de en promedio unos 15kg o 30 libras.
Un nuevo estudio señala que el aroma puede llevar a bocados más pequeños, lo que ayudaría a comer menos. Los investigadores del Top Institute of Food and Nutrition and Wageningen (University de Holanda) estudiaron la reacción de 10 personas adultas frente al estímulo del aroma para saber cómo incidía en las cantidades que comemos. Confirmaron que los aromas de comida intensos, especialmente los asociados con alimentos cremosos o altos en grasa, hacen que los bocados sean más pequeños. Sucede que las personas buscan contrarrestar el estímulo excesivo del aroma con bocados pequeños porque estos se asocian a la idea de menos sabor en la boca. Cuando esto sucede desde el primer bocado, se mantiene la tendencia hasta el último.
La reducción es relativamente pequeña (un 5% a 10%), pero se vuelve significativa en relación con la porción de comida. En la actualidad, el tamaño de las porciones es un problema. Los restaurantes nos acostumbran a comer mucho en cada plato, y las cifras de pacientes con obesidad, hipertensión o colesterol alto se incrementan. Por otro lado, se sabe que reducir las porciones mejora nuestra salud. El estudio, entonces, es un avance en el conocimiento de lo que puede ayudarnos a evitar los excesos y comer menos.
Parece que cuando se trata de comida rica, de esas a las que no puedes resistir, nada puede aminorar las ganas de empezar y no terminar con ella, pero últimamente se habla de que la comida es también una ilusión sensorial y el apetito puede ser susceptible de ser alterado según las circunstancias.
La revista “entrelineas” destaca en su artículo de diciembre “La ciencia del apetito” algunos experimentos que comentaba en otro de mis blogs hace algún tiempo y que ilustran esta afirmación.
Nuestra mente pone en marcha mecanismos que pueden reconstruir la realidad y es capaz de modificar el metabolismo, la sensación de saciedad y el sabor de lo que comemos en función de las circunstancias. Es como si el cerebro pudiese construir sabores, sensaciones o experiencias con la comida a través de otros sentidos, a parte del gusto.
Cuentan por ejemplo que en el restaurante The Fat Duck en Inglaterra, los clientes eligen la música del postre para que les sepa mas o menos dulce. En Japón existen unas gafas que amplían la visión de las raciones para comer menos cantidad. En el taller de Paco Roncero en Madrid, una persona se sienta a comer un plato de marisco con una proyección de imágenes submarinas para aumentar la sensación del sabor.
El artículo también habla de que lo que sabemos a priori puede cambiar la percepción y el comportamiento con la comida. En un estudio en el que se daba a los comensales el mismo recipiente de queso pero etiquetado como “queso cheddar” u “ olor corporal” sus reacciones variaban radicalmente. Y no es de extrañar, a todos nos habrá sobrevenido al visualizarlo una sensación de asco.. pero ¿podríamos utilizarlo a nuestro favor?
Siguiendo con estos experimentos, igual que puedes engañar al cerebro para empeorar la experiencia ante una comida, también puedes utilizarla a tu favor para comer más racionalmente o disfrutar mas.
¿Cuál es el primer paso en la digestión de los alimentos? Créase o no, el proceso digestivo comienza incluso antes de que nos pongamos la comida en la boca. Es decir, comienza cuando olemos algo irresistible o cuando vemos alguna comida favorita que con seguridad sabrá bien. Simplemente al oler ese pastel de manzana casero o pensar en lo delicioso que sabrá ese postre helado, comenzamos a salivar, y así se inicia la digestión, preparándonos para ese delicioso primer bocado.
Si ha pasado cierto tiempo desde nuestra última comida o con sólo pensar en algo sabroso, sentimos hambre. Comemos hasta sentirnos satisfechos y luego continuamos con nuestras actividades. Pero durante las próximas 20 horas, el aparato digestivo trabaja mientras los alimentos que ingerimos viajan por el organismo.
Los alimentos son la fuente de combustible del organismo. Los nutrientes en los alimentos brindan a las células la energía y sustancias que necesitan para funcionar. Pero antes de que la comida pueda hacer alguna de estas cosas, tiene que ser digerida en pequeños trozos que el organismo pueda absorber y utilizar.
Casi todos los animales tienen un aparato digestivo de tipo tubular, en el que la comida ingresa en la boca, pasa a través de un tubo largo y sale como materia fecal a través del ano. El músculo liso en las paredes de los órganos del aparato digestivo tubular, desplaza los alimentos, rítmica y eficazmente, a través del aparato digestivo, donde son descompuestos en pequeños átomos y moléculas diminutos y absorbibles. Durante el proceso de absorción, los nutrientes que provienen de los alimentos (incluyendo los carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas y minerales) pasan a través de canales en la pared intestinal y de allí al torrente sanguíneo. La sangre trabaja para distribuir estos nutrientes al resto del organismo. Las partes de desecho de los alimentos que el organismo no puede usar salen del organismo como materia fecal.
Parece que cuando se trata de comida rica, de esas a las que no puedes resistir, nada puede aminorar las ganas de empezar y no terminar con ella, pero últimamente se habla de que la comida es también una ilusión sensorial y el apetito puede ser susceptible de ser alterado según las circunstancias.
La revista “entrelineas” destaca en su artículo de diciembre “La ciencia del apetito” algunos experimentos que comentaba en otro de mis blogs hace algún tiempo y que ilustran esta afirmación.
Nuestra mente pone en marcha mecanismos que pueden reconstruir la realidad y es capaz de modificar el metabolismo, la sensación de saciedad y el sabor de lo que comemos en función de las circunstancias. Es como si el cerebro pudiese construir sabores, sensaciones o experiencias con la comida a través de otros sentidos, a parte del gusto.
Cuentan por ejemplo que en el restaurante The Fat Duck en Inglaterra, los clientes eligen la música del postre para que les sepa mas o menos dulce. En Japón existen unas gafas que amplían la visión de las raciones para comer menos cantidad. En el taller de Paco Roncero en Madrid, una persona se sienta a comer un plato de marisco con una proyección de imágenes submarinas para aumentar la sensación del sabor.
El artículo también habla de que lo que sabemos a priori puede cambiar la percepción y el comportamiento con la comida. En un estudio en el que se daba a los comensales el mismo recipiente de queso pero etiquetado como “queso cheddar” u “ olor corporal” sus reacciones variaban radicalmente. Y no es de extrañar, a todos nos habrá sobrevenido al visualizarlo una sensación de asco.. pero ¿podríamos utilizarlo a nuestro favor?
Siguiendo con estos experimentos, igual que puedes engañar al cerebro para empeorar la experiencia ante una comida, también puedes utilizarla a tu favor para comer más racionalmente o disfrutar mas.
¿Cuál es el primer paso en la digestión de los alimentos? Créase o no, el proceso digestivo comienza incluso antes de que nos pongamos la comida en la boca. Es decir, comienza cuando olemos algo irresistible o cuando vemos alguna comida favorita que con seguridad sabrá bien. Simplemente al oler ese pastel de manzana casero o pensar en lo delicioso que sabrá ese postre helado, comenzamos a salivar, y así se inicia la digestión, preparándonos para ese delicioso primer bocado.
Si ha pasado cierto tiempo desde nuestra última comida o con sólo pensar en algo sabroso, sentimos hambre. Comemos hasta sentirnos satisfechos y luego continuamos con nuestras actividades. Pero durante las próximas 20 horas, el aparato digestivo trabaja mientras los alimentos que ingerimos viajan por el organismo.
Los alimentos son la fuente de combustible del organismo. Los nutrientes en los alimentos brindan a las células la energía y sustancias que necesitan para funcionar. Pero antes de que la comida pueda hacer alguna de estas cosas, tiene que ser digerida en pequeños trozos que el organismo pueda absorber y utilizar.
Casi todos los animales tienen un aparato digestivo de tipo tubular, en el que la comida ingresa en la boca, pasa a través de un tubo largo y sale como materia fecal a través del ano. El músculo liso en las paredes de los órganos del aparato digestivo tubular, desplaza los alimentos, rítmica y eficazmente, a través del aparato digestivo, donde son descompuestos en pequeños átomos y moléculas diminutos y absorbibles. Durante el proceso de absorción, los nutrientes que provienen de los alimentos (incluyendo los carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas y minerales) pasan a través de canales en la pared intestinal y de allí al torrente sanguíneo. La sangre trabaja para distribuir estos nutrientes al resto del organismo. Las partes de desecho de los alimentos que el organismo no puede usar salen del organismo como materia fecal.